Estancia con su tía y años de universidad hasta la actualidad














(Ben Whishaw, mi headcanon de Teen!Sherlock)

No fueron necesarias suplicas para convencer a Elaine. Accedió casi de primeras a que Elisabeth se llevara consigo a Sherlock, que en ese momento tenía casi quince años. Sherlock se llevó de su casa lo único que le importaba de verdad, los libros de su padre, que los había dejado en su testamento. Los cogió todos, aunque actualmente conserva los libros de más valor sentimental e intelectual tienen para él.

Elisabeth Bayle vivía cerca del Museo Británico (algo que le vino realmente bien a Sherlock cuando terminó la universidad). Siempre fue un gran y sincero apoyo para Sherlock, y le dio consejos personales importantes: no podía ocultar su potencial al mundo; debía sacarle el mayor provecho posible porque a él le gustaba lo que hacía, y tenía que ser él mismo. Sabía de sobra cómo era Sherlock, y más conforme crecía. Sociópata, lo llamaban algunos. Para Elisabeth era un muchacho brillante, visionario, incomprendido, reservado pero de carácter fuerte si se le provocaba y curioso, muy curioso. Estos rasgos han cambiado con el tiempo, pero no demasiado. También sabía que si personalidad le pasaría factura tarde o temprano al interactuar con otras personas, porque le costaba tratar de igual a los extraños, sacándolos de quicio cuando deducía algo sobre ellos, pensaba que lo peor que podía hacer era ocultarse, ocultar su ingenio y visión al mundo, una visión sin límites que todo lo ve. Sherlock tenía que sacarlo a relucir y disfrutar plenamente de lo que hacía.

Sherlock tenía dinero, un fondo de ahorros en el banco que abrió su padre hacía años para los estudios y necesidades, aunque no era mucho, pero Elisabeth le proporcionó toda la ayuda económica necesaria. A Sherlock no le gustaba pedirle nada. Bastante había hecho con sacarlo de su casa y alejarlo de una madre que apenas le dio amor. Intentaba pagar esa deudo siendo educado y respetuoso cuando había visita y estudiando mucho. Le costaba reprimirse, por eso ahora si puede evitar deber favores, mejor para él.

Su esfuerzo dio frutos cuando con sólo diecisiete años entró en la Universidad de Oxford. Desde el principio fue marcado con la etiqueta de raro, antisocial y sabelotodo, y Sherlock intentaba aguantar lo que le solían decir o echar en cara, pero no siempre era capaz de controlar su temperamento, y más de una vez llevaba a su habitación del campus con las gafas rotas (Sherlock desde pequeño ha necesitado gafas, pero tras varios pares rotos, decidió ponerse lentillas) o con la nariz sangrando y la marca oscura de un buen derechazo en la mejilla. Por eso se pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca o en el laboratorio, avanzando en sus investigaciones y ampliando sus conocimientos.

Así pudo graduarse en psicología en cuatro años, pero seguía interesado en continuar allí, y cinco años más tarde se graduó también en química. Fue al inicio de esta carrera cuando empezó a fumar, cuando rozaba los veintidós años, y en sus últimos años de universidad conoció a Victor Trevor (Ver Victor Trevor), su primer amigo. Su ''vida social'' cambió ligeramente debido a esto, pero los enfrentamientos con matones y listillos del campus seguían ahí. Eran personas con las que no se podía razonar, Sherlock era consciente de ello, y por eso demostraba su intelecto y les dejaba como a unos ineptos, poniéndolos en ridículo. Se podría decir que era él quien salía victorioso. Su amistad con Victor fue importante para el futuro de Sherlock. Gracias a un consejo que le dio el padre del chico cuando fueron a su casa de campo, hizo que se decidiera del todo a establecerse de nuevo en Londres y se dedicara a la investigación y a la deducción al completo como detective asesor, el único en el mundo, ya que Sherlock inventó el puesto.

Durante sus nueve años como estudiante sólo se preocupó por sus investigaciones, por estudiar y por aprender todo aquello que no le resultara aburrido. En ningún momento se interesó por relaciones ni amorosas ni amistosas (sin contar a Victor). Como se sabe desde que era pequeño, no sabía cómo entablar una conversación con alguien sin llegar a molestarle o sin que esa persona le aburriese. A veces se le acercaba alguna que otra chica, pero Sherlock hacía caso omiso. El lazo que tuvo con sus sentimientos se deshizo hacía muchos años, y además de no entender indirectas o insinuaciones (algo que ya adulto capta con más facilidad), no sentía interés alguno en centrarse en esas cosas.

Sherlock volvió a Londres con su tía a los veintiséis años. Elisabeth Bayle lo acogió de nuevo con los brazos abiertos. Sherlock se pasaba muchas tardes en el Museo Británico ampliando más sus conocimientos y descubriendo cosas nuevas. Además se las apañó para que la policía accediera a que ayudara en algunos casos. A los veintiocho años conoció al inspector Gregory Lestrade, con quien resolvió su primer caso y entablando así cierta relación de cercanía y confianza con él (Ver Sherlock en Scotland Yard). A partir de ese caso, Sherlock se interesaba más por los trabajos que llevaba Lestrade. No siempre se entendían, ya que el inspector intentaba mantenerse firme y por encima, pero no podía domar la soberbia y superioridad de Sherlock. Actualmente Lestrade es más o menos una figura paterna para Sherlock. Al mismo tiempo que empezó a trabajar con la policía, se adentró en la rutina del hospital St. Bartolomé, conociendo así a Molly Hooper, una trabajadora de la morgue.

La felicidad que Sherlock sentía al tener a alguien de su familia que apreciaba su trabajo y comprendía su forma de ser duró poco más. Cuatro años después de su vuelta, cuando Sherlock tenía treinta años, un cáncer de pulmón se llevó a Elisabeth Bayle. Sherlock sabía que durante sus años de universidad ella había estado bajo cuidado y pagando el tratamiento, y mejoró dos años antes de la segunda graduación de Sherlock, pero el sino es inesperado y engañoso. Sherlock le recomendó a su tía que no reparara en gastos y que si hacía falta ya se buscaría él la vida cuando se fuera a vivir solo en un futuro. Casi todo el dinero se lo llevó el tratamiento del cáncer. Muerta su tía, Sherlock sentía que ya nada le ligaba a su familia. Las dos personas que más le habían querido habían muerto, con su madre no se hablaba y su hermano a veces contactaba con él para ayudarle en algún asunto del gobierno, pero nada más. Era hora de empezar de nuevo y en solitario. A Sherlock sólo le quedaba el fondo de ahorros del banco con el que podía apañárselas para empezar, los libros de su padre y el grato recuerdo de cariño y fraternidad que le dio su tía.

Tres años después se fue del piso de su tía tras una orden de desahucio, porque no podía pagarlo. Dio con un pequeño pero acogedor piso cuya casera era la señora Hudson, una anciana encantadora y maternal que aunque veía en un principio a Sherlock como una persona peculiar y diferente, no tuvo reparos en hacerle una oferta, pero le aconsejó que intentara encontrar a alguien con quien compartir el 221B de la calle Baker. Sherlock le comentó a un conocido, Mike Stamford, que quién iba a querer compartir piso con él. Unos días más tarde, en el laboratorio del hospital, Mike le presentó al doctor John Watson.